El Muro de Berlín cayó en la noche del jueves 9 de noviembre de 1989 convirtiéndose en uno de los acontecimientos históricos más importantes de finales del siglo XX, pues no sólo cayó el muro que separaba las dos alemanias, sino también la estructura de poder que lo sostenía.
Pero, ¿qué ocurrió ese día para que se desencadenase un hecho de tal trascendencia? Desde luego, no fue un suceso espontáneo. Muy al contrario, tiene sus antecedentes en la vida cotidiana alemana, en la política internacional y en un error cometido esa misma tarde por Günter Schabowski, miembro del partido en el poder de la República Democrática Alemana (en adelante, RDA).
En primer lugar, los intentos de huir de la RDA, se habían estado sucediendo desde el mismo momento en que Alemania quedó dividida y, en los últimos meses, se habían incrementado a un ritmo trepidante, sobre todo desde que Hungría abre sus fronteras al mundo occidental y los alemanes aprovechan la situación para llegar a Austria a través de territorio húngaro.
El gobierno de Berlín del Este exige a Budapest repatriar a los refugiados, pero Hungría se niega. Se calcula que, en tan solo tres días, a principios de septiembre, quince mil alemanes del Este pasaron a Alemania Federal. Entonces, el gobierno de la RDA prohibió el paso a Hungría y esto hizo que los alemanes que intentaban escapar se refugiaran en la embajada de Alemania Occidental de Checoslovaquia.
En octubre de 1989, comenzaron las marchas pidiendo la celebración de elecciones libres y otras reformas. Se veía que la revolución en la RDA era inminente.
El 7 de octubre, Gorbachov, visita Berlín Este y advierte a los dirigentes que si usan la fuerza para suprimir las manifestaciones, no contarán con el apoyo soviético. Esta advertencia se convierte en la pieza clave para evitar el derramamiento de sangre. Las marchas, siempre pacíficas, se generalizaron por toda Alemania Oriental, aumentando, semana tras semana, el número de manifestantes.
Con el fin de frenar el éxodo masivo y la proliferación de manifestaciones, el 9 de noviembre, el Consejo de Ministros decide facilitar los viajes al exterior y se convoca una rueda de prensa a las 18:00 horas que se retransmite en directo por la televisión de Alemania Oriental. Günter Schabowski es el encargado de comparecer en la misma y anuncia que los ciudadanos de la RDA podrán ir al Oeste sin pasaporte ni visado, sólo presentando un documento equivalente al carné de identidad. A la pregunta de un periodista sobre cuándo entraba en vigor la ley, Schabowski que, debido a las prisas, no había leído todo el documento, contesta que inmediatamente. No se percató de que el decreto llevaba fecha del día siguiente y que estaba previsto anunciarlo a las cuatro de la madrugada del día 10 para dar tiempo a transmitir las órdenes oportunas a la guardia fronteriza.
Mientras Schabowski se trasladaba a su casa desconociendo la transcendencia de sus palabras, los teletipos de las agencias de noticias empezaban a transmitir a todo el mundo la apertura de fronteras de la RDA: “El Muro está abierto”.
Miles de berlineses del Este y del Oeste se lanzaron a la calle. Berlín fue aquella noche una fiesta. Pasadas las 21:00 horas, desbordados por la multitud, los guardias fronterizos acabaron levantando las barreras y renunciando al obligatorio control de pasaportes.
Las escenas de emoción no se hicieron esperar: abrazos de familiares y amigos que habían estado separados durante años, rostros de incredulidad, coches tocando el claxon, brindis con cerveza y champán, etc.
Muchos recordaban otra noche, la del 12 de agosto de 1961, en la que, sin previo aviso, se construyó el muro a lo largo de 120 kilómetros dejando un pueblo separado, una ciudad dividida y cientos de familias rotas.
Algunos de los visitantes se dirigieron a los barrios elegantes de Berlín occidental, mientras que otros prefirieron escalar el muro y armados de picos y palas, comenzaron a hacer realidad el sueño de muchos años: el derrumbamiento del también llamado “Muro de la vergüenza”.
El mundo entero contemplaba atónito a través de la televisión cómo aquel “Telón de acero” de hormigón armado, protegido por tela metálica, alambres de púas, cables de alarma, trincheras, con más de trescientas torres de vigilancia que, durante veintiocho años se había considerado indestructible, se venía abajo, en una sola noche. Se estaba destruyendo el símbolo más visible de la Guerra Fría y de la separación del mundo en dos bloques, al mismo tiempo que empezaba a vislumbrarse una nueva era en el orden político internacional.
Allí no sólo estaba gente anónima, también acudieron personajes importantes a dar su apoyo a la demolición, como es el caso del violoncelista ruso Mstislav Rostropovitch, que estaba exiliado en Alemania Occidental y cuya fotografía al pie del muro, tocando para animar a los que lo derribaban, dio la vuelta al mundo.
La vertiginosa evolución de los hechos de aquella noche fue imparable. La cuestión de la unidad alemana pronto estuvo sobre la mesa y la compleja reunificación de los dos países se realizaría en menos de un año.
Como conclusión personal, resaltaría que la caída del Muro significó el triunfo de la libertad sobre la represión; la victoria del individuo sobre el sistema y el rotundo fracaso del totalitarismo.
Para finalizar, me gustaría hacerlo con una frase pronunciada por Angela Merkel en la conmemoración del veinte aniversario de la caída del Muro y que resume la actitud llevada a cabo por los alemanes del Este: “La libertad no surge sola, hay que luchar por ella”.