martes, 27 de marzo de 2012

Los juicios de Nuremberg: Albert Speer

Después de la segunda guerra mundial algunos de los principales responsables de los crímenes cometidos durante el holocausto fueron llevados a juicio. Para realizar los juicios que tuvieron lugar en 1945 y 1946 se eligió Nuremberg en Alemania.

Los jueces de las potencias aliadas (Gran Bretaña, Francia, la Unión Soviética y Estados Unidos) presidieron las audiencias de veintidós principales criminales nazis.

Todos se enfrentaban a la pena de muerte por los horribles crímenes del tercer Reich pero uno de ellos se diferenciaba del resto, el arquitecto de Hitler y ministro de armamento, Albert Speer. Su caso fue el más significativo y el que más controversia creó durante el proceso. Muchos años después, este nazi arrepentido sigue causando división de opiniones ya que no sabemos si se trataba de un alma atormentada que buscaba el perdón del pueblo Alemán, o fue el creador de una estrategia muy cínica que se burló del mundo entero.

Quince días después de la rendición alemana y después del suicidio de Hitler, Himmler y Goebbels, los aliados buscaban a los líderes nazis que seguían con vida. Albert Speer no parecía un nazi común, ya que había nacido en un entorno privilegiado y su carrera comenzó como arquitecto. En un principio fue por ello por lo que entró en un círculo más cercano a Hitler. Durante los últimos tres años de guerra, Albert Speer se encargó del ministerio de armamento.

Cuatro meses después de su detención, trasladaron a Speer a la cárcel de Nuremberg acusado de importantes crímenes de guerra y allí se le situó con otros grandes líderes nazis supervivientes, entre los que estaba Hermann Göring, mano derecha y probable sucesor de Hitler. Speer se enfrentó por primera vez en Nuremberg a la inmensidad de los crímenes cometidos y su respuesta a esa acusación tuvo un efecto muy importante en el resultado final de proceso. Los historiadores siguen sin ponerse de acuerdo sobre si se trataba de un hombre que trataba de salvar su vida, o si era la única persona decente que había entre todas esas personas.

El capitán Gustave Gilbert, sicólogo de la inteligencia estadounidense, era el funcionario de enlace de los prisioneros. Gilbert iba a conocer de primera mano las motivaciones de Speer. Albert Speer asumió la responsabilidad y quedo diferenciado del resto de los acusados nazis. Gilbert escribió que Speer parece ser el más realista de todos, y asegura no tener constancia de ninguno de los delitos incluidos en la acusación, pero admite que la historia exigirá un juicio y lo considera positivo, aunque duda de su propia culpabilidad.Sin embargo, no cabía duda sobre la culpabilidad individual de Speer, ya que le incriminó otro acusado Fritz Sauckel, el responsable de reclutar mano de obra extranjera por la fuerza para la industria Alemana. El aumento de producción de Speer tuvo un alto precio ya que fue posible gracias al sufrimiento de millones de trabajadores forzados.

El 11 de diciembre de 1945, la acusación inició los juicios contra Speer y Sauckel.

A principios de año, Speer comenzó a preparar su defensa personal.

En el juicio de Nuremberg, el fiscal acusador Jackson presentó como prueba una fotografía de Speer en una visita al campo de concentración de Mauthausen, donde aparece claramente rodeado de prisioneros demacrados. La acusación afirmaba que esto probaba que Speer era consciente del holocausto. Speer se defendió diciendo que solo se trataba de una visita para gente influyente al campo de concentración, y en ningún momento llegaron a sospechar los cometidos más infames del mismo. Declaró que en su presencia escucho maldecir a los judíos por parte de los dignatarios nazis, pero que nunca supo de la solución final a pesar de pertenecer a la dirigencia. Asimismo, para denotar al jurado que él mismo estaba en contra del régimen, manifestó que tuvo la oportunidad de realizar un atentado en el bunker de Hitler a través de los conductos de ventilación. Los demás acusados no se tomaron bien las acusaciones de Speer, en especial Hermann Göring.

A pesar de haberse ganado la excepcional buena disposición del fiscal Robert H. Jackson, Speer estuvo a punto de ser condenado a muerte puesto que muchas pruebas fueron acumuladas en su contra.

Finalmente, fue condenado a veinte años de prisión en Spandau (Berlín) principalmente a causa del uso que hizo del trabajo esclavo. En el momento de dictar sentencia y escucharla a través de los auriculares Speer hizo un notorio gesto de alivio.

De haberse demostrado que conocía el exterminio judío, sin lugar a dudas, habría sido condenado a muerte y ejecutado, cosa que Speer creía firmemente.

Albert Speer muere en 1981 en Londres. Durante todo el tiempo que estuvo en la cárcel escribió un libro con sus memorias publicado en 1969.