martes, 25 de junio de 2013

La represión sobre los afrancesados durante la Guerra de Independencia


“ […] todos los que han emigrado a Francia siguiendo los ejércitos franceses […], aquellos que han sido infieles a la patria y le han hecho traición, sirviendo a los enemigos de España, teniendo correspondencia con ellos desde los ejércitos españoles, y sobre todo, aquellos que han escrito y publicado los libelos infamatorios en los diarios y demás papeles contra nuestros reyes, los señores don Carlos y don Fernando, contra la nación española, y han proferido especies escandalosas contra la buena memoria de estos soberanos y el honor español.”

(Archivo Histórico Nacional, Consejos, Legajo 5.513, número 10, página 1. 1808. Citado en Artola, Miguel, Los afrancesados)

De esta manera era como los partidarios defensores de la monarquía en España definirían a los afrancesados durante la Guerra de la Independencia española (1808-1814). Y, a pesar de que las tropas de Napoleón continuaban sin interrupción su avance por la península ibérica, se tomaron numerosas medidas represivas tamente rtola, Miguel, Los afrancesadoscontra los afrancesados. Dividiremos esta represión en dos tipos.

La represión de tipo penal fue dirigida -de manera ciertamente eficaz- por la Junta Suprema y Gubernativa del Reino, que se basaría en la promulgación de un decreto, de 24 de Abril de 1809, que describía a los afrancesados como “ […] ingratos a su legítimo soberano, traidores a la patria y acreedores a toda la severidad de las leyes”, y daba orden de embargar “ […] todos los bienes, derechos y acciones pertenecientes a todas las personas, de cualquier estado, calidad y condición que fueren, que hayan seguido y sigan el partido francés.” El resultado fue la confiscación de todas las posesiones, pensiones y sueldos de los considerados afrancesados y, en muchas ocasiones, la retirada de sus honores civiles y militares. También se presentarían como copartícipes del presunto delito a familiares y amigos de los acusados y se constituiría un Tribunal Extraordinario y Temporal de Vigilancia y Protección, encargado de controlar a los presuntos afrancesados y de recoger los testimonios de los numerosos delatores que iban apareciendo. Por último, y como medida máxima de fuerza en los primeros años de la guerra, se ordenó el encarcelamiento de aquellos que tuvieran opiniones públicas sospechosas de ser afines al régimen invasor.

Por otra parte, paralelamente a la represión legal, se produjo otra de corte popular muy profunda y extendida. Esta represión se caracterizó por la acción desmesuradamente violenta de masas y grupos contra los presuntamente afrancesados, así como por la falta de control de estas actitudes represivas por parte del Estado. Lo que quedaba de este se encontraba profundamente involucrado en la Guerra de Independencia y no demostró ningún interés en la contención de la represión que los supuestos afrancesados sufrían, pues no deseaban enemistarse con un pueblo que cargaba sobre sus espaldas con el peso de la resistencia al invasor.

Según avanzaba el conflicto bélico, y con la victoria española cada vez más próxima, se endurecieron las nuevas medidas represivas que se iban elaborando. Si eran cada vez más duras se debía, en la mayoría de los casos, a la influencia de la población -que así lo exigía, entendían desde la Junta Suprema-. Por ello, se estableció la pena de muerte para aquellos que mantuvieran correspondencia con fugitivos y aumentaron considerablemente los arrestos que conllevaban pena de prisión. Un ejemplo anecdótico que ilustra a las claras esto último fue el uso del céntrico parque madrileño del Retiro como cárcel a cielo abierto, solución acordada por la Junta Central de Madrid ante la rápida masificación del resto de prisiones de la capital del Reino. Paralelamente comenzó la sucesión de procesos públicos mediante la publicación de los mismos en la Gaceta de Madrid –antecesora de nuestro actual Boletín Oficial del Estado-, a cuya celebración estaba llamado el pueblo para delatar y ejercer presión sobre los acusados.
Para llevar a cabo estas medidas de represión, la Junta Suprema y Gubernativa del Reino elaboraría una clasificación de los supuestos afrancesados en cuatro grupos distintos –en función de su estatus social y los presuntos delitos cometidos. El primer grupo estaba formado por aquellos que no quisieron recibir ningún tipo de cargo o beneficio de manos del invasor francés en torno a la administración josefina. Este grupo sería el que menos acoso recibiera por parte de las autoridades, y la represión ejercida sobre ellos se limitaría al embargo de sus bienes y derechos. Por poner un ejemplo, se les prohibía la residencia a menos de veinte leguas de la Corte –unos cien kilómetros-.

En el segundo se encuadraban aquellos que se mantuvieron en sus puestos de trabajo de la Corte y la Administración, con excepción de los cargos sin funciones políticas (como, por ejemplo, los sirvientes) que se considerarían de la primera categoría. El tercer grupo incluía a aquellos que durante el breve reinado de José Bonaparte fueron ascendidos, lo que demostraría su claro apego al bando partidario de los franceses y a las  políticas impuestas por José I. Por último, el cuarto grupo estaba formado por los afrancesados que persiguieron a españoles y cometieron delitos de sangre contra ellos, traicionando gravemente a su país por ello. Sobre estos últimos se pretendió ejercer la represión más feroz. De manera común, los hallados culpables de los tres últimos grupos serían castigados con la expatriación perpetua de España (bajo pena de muerte si volvían) junto con sus familias, y la pérdida de todos sus bienes requisados por el Estado.


La respuesta de los condenados y exiliados no tardaría en tomar forma: los afrancesados defenderían sus actuaciones en el pasado en las Reflexiones y Reclamaciones, escritos individuales que reflejaban la ideología propia de los afrancesados y que se basaban principalmente en un argumento: la necesidad de sobrevivir. Destacan las Reflexiones de Godínez, que justifica sus acciones y decisiones en base a la necesidad de evitar la anarquía. Dicho texto histórico es la Reflexión más conocida porque en ella el autor señalaría como traidor al propio monarca Fernando VII (y con él los miembros de la familia real), por ser el primero que había huido de España incluso antes de la Guerra de Independencia. Según Godínez y otros muchos afrancesados, el “Deseado” había cometido el mismo delito que se les imputaba a ellos con la única finalidad de preservar su vida.