
Adolf Hitler es probablemente una de las personas más odiadas de la historia. Desde su intento de golpe de Estado en 1923 hasta los últimos días del tercer Reich, algunos opinaban que era necesario poner fin a su maldad, y por ello decidieron tomar una serie de medidas para acabar con su reinado de terror. Los expertos historiadores estiman que hubo 42 intentos de atentado contra el dictador alemán; pero, debido a la falta de sofisticación, todos resultaron fallidos.
En el año 1923, Alemania sufría las secuelas de su derrota en la Primera Guerra Mundial. Hitler, con el propósito de recuperar el orgullo del pueblo alemán y de levantar una nación predominante al resto, decidió asumir el control y dar un golpe de Estado, conocido como Revolución de 1923 o Putsch de la Cervecería. La policía alemana, con el fin de frustrar este intento, lanzó contra él un proyectil. Hitler resultó herido, pero no de muerte.
En marzo de 1932, Adolf Hitler estaba atravesando el país y apareciendo ante grandes multitudes, lo que le ponía en situaciones vulnerables a cualquier ataque. Durante un viaje que estaba realizando en su tren, un grupo de anónimos hombres armados le dispararon; sin embargo, salió ileso. En junio de este mismo año, escapó por poco de otro complot: una emboscada armada cerca de Straslund. Un mes después, volvió a ser atacado mientras iba en su coche en Munich, lo que le causó unos rasguños en la cabeza.
En enero de 1933, fue nombrado canciller de Alemania. Conforme crecía su poder, también lo hacía el número de sus enemigos. Durante los siguientes cinco años, tuvieron lugar al menos dieciséis intentos más de acabar con él. Uno de ellos consistió en entregarle un ramo de flores que contenían un veneno inyectado en ellas previamente. Otro, en darle una pluma cargada de explosivos.
El siguiente complot hizo ver a Hitler que estaba convirtiendose en el objetivo de un grupo de aspirantes a asesinos más determinado. Ocurrió en Munich el 9 de noviembre de 1938, durante el desfile anual que conmemoraba el fracaso del levantamiento nazi de 1923. Aunque la policía registraba a cada persona que fuese a estar presenciando el desfile, la seguridad no era muy buena. De esta manera, Maurice Bavaud -un hombre de 22 años que esperaba en ese momento en la calle a que apareciese el dictador alemán- consiguió pasar armado a aquel acto. Sus principales motivos para atacar a Hitler eran diferencias religiosas. Cuando el desfile alcanzó el lugar en el que se encontraba Bavaud, éste se encontraba dispuesto a disparar al führer con su Schmeisser 6’35; sin embargo, nunca llegó a hacerlo, ya que la gran cantidad de brazos alzados como señal de saludo a Hitler impidió a Bavaud ver con claridad y divisar a su objetivo. Tras ser pillado viajando en un tren sin billete y con su pistola, fue acusado del asesinato a un oficial de gobierno. Su condena fue morir en la guillotina. Este complot puso en evidencia la vulnerabilidad de Hitler al caminar en público por aquellas calles, y consideró que aquel intento de asesinato había resultado fallido gracias a un milagro. Así, el desfile anual de Munich se suspendió.
Hacia marzo de 1939, Adolf Hitler volvió a ser el objetivo de otro aspirante a asesino. Fue el carpintero alemán Georg Elser, quien vio negativa la toma de control de Austria. Elser temía que los nazis estuvieran llevando al país a una terrible guerra, así que decidió que debía pararles. Su plan consistía en matar a Hitler mientras daba un discurso en la Bürgerbräukeller, una gran cervecería de Munich, que estaría llena de importantes nazis. Lo llevaría a cabo mediante la instalación de una bomba de relojería casera, la cual pensaba poner en un pilar situado detrás del escenario desde el cual daría su discurso el führer. El espacio en el que metió la bomba Elser fue formado tras irrumpir éste en la cervecería varias noches después de que cerrara; y cada mañana, antes de que abriera, volvía a colocar el panel de madera que tapaba el agujero. Para no ser condenado, Elser tenía planeado huir a Suiza antes de que la bomba explotara; por ello, añadió a su artefacto un temporizador que le permitiese activar la bomba unos días antes de que estallara. De esta manera, la tarde del 5 de noviembre de 1939 accionó el temporizador de la bomba para que explotara tres días después a las 9:20; sin embargo, Hitler había empezado el discurso de manera repentina una hora antes, de modo que finalizó antes de la hora prevista por Elser. Así resultó fallido otro complot más. Georg Elser fue encarcelado y, posteriormente, ejecutado.
El 1 de noviembre de 1939, Alemania invadió Polonia. En octubre de ese año, los polacos comenzaron a organizar el que sería el siguiente atentado, que tuvo lugar a principios de mes. Colocaron una serie de explosivos bajo un puente sobre el cual pasaría el coche de Hitler, pero por razones desconocidas, nunca llegaron a explotar. Más de dos años y medio después, se dio otro fallido intento de asesinato en el tren del dictador.
Tras invadir Polonia, Alemania atacó la Unión Soviética. En esta época se intentaría atentar contra Hitler en varias ocasiones. Una de ellas fue la Operación Foxly, llevada a cabo por unos francotiradores británicos en su casa de los Alpes. Pero al final no llegaron a disparar por miedo a un contraataque. La siguiente fue en la primavera de 1943, y fue la mayor amenaza contra la vida del jefe de Gobierno alemán. Fue planeada por el coronel Tresckow, quien estaba en contra del genocidio nazi que estaba teniendo lugar. Se basaba en crear una bomba que hiciese caer el avión de Hitler, y para poder introducirla en él la camufló en una caja de botellas. Tuvo ayuda de Schlabrendorff y Gersdorff. Lamentablemente para Tresckow, el plan fracasó debido a unos cambios de presión y temperatura en el ambiente del explosivo. Aunque más tarde Gersdorff lo volvió a intentar. Decidió esconder una de las minas explosivas en su abrigo para que explotara junto a Hitler durante su visita a la exposición de las armas soviéticas capturadas; si el plan funcionaba, sería el primer terrorista suicida de la historia. Pero el dictador alemán debió de notar el nerviosismo de Gersdorff y abandonó la sala.
En 1944, el coronel Claus von Stauffenberg sintió que debía parar el holocausto que estaba sucediendo en el frente este. Fue el encargado de llevar a cabo la Operación Valquiria. Se trataba de un plan del ejército alemán para mantener el orden. El 20 de julio, tuvo que asistir a una conferencia en la llamada Guarida del Lobo de Hitler. Momentos antes de su encuentro con Hitler, Stauffenberg y su asesor armaron el primer bloque de explosivos y lo escondieron en un maletín. Antes de poder continuar con el segundo bloque, fue llamado y tuvo que ir inmediatamente a la reunión, la cual ya había comenzado; así que llegó y dejó el maletín en el suelo, apoyado en una pata de la mesa. La explosión de la bomba reventó las ventanas, parte de la pared y levantó el suelo. La mesa de conferencias se hizo astillas y el techo se desplomó. 4 de los hombres murieron; sin embargo, Hitler no sufrió heridas mortales, ya que la pata sobre la que estaba apoyado el maletín lo protegió.
En 1945, al ministro de armamento Albert Speer le horrorizaba la política de destrucción que estaba llevando a cabo el dictador alemán; así que planeó el que sería el último complot contra Hitler. Quería introducir un gas venenoso en su bunque de Berlín a través del respiradero, pero al final abandonó su plan, ya que consideraba que su lealtad hacia Hitler era demasiado importante.
Finalmente, en su bunque de Berlín, Adolf Hitler hizo lo que 42 conspiraciones no habían podido lograr: decidió poner fin a su vida y se suicidó. A pesar de que sus intentos por matar a Hitler fracasaron, la valentía de los aspirantes a asesinos sería un orgullo para los alemanes de la posguerra y le demostraría al mundo que incluso dentro del ejército alemán había personas dispuestas a ir a la cárcel e incluso a morir tan sólo por poner fin al terrible periodo que tuvo lugar durante el gobierno del dictador alemán