viernes, 4 de febrero de 2011

Un compositor: Richard Wagner. Un ángel salvador: Luis II de Baviera

Richard Wagner nació el 22 de mayo de 1813 en Leipzig, quien ya desde muy pequeño despertaba una enorme pasión por la música y la literatura, la cual apartó puntualmente al descubrimiento de la sinfonía nº 9 de Beethoven, que le orientó definitivamente por la música. Pero Wagner utilizaba su vocación literaria para escribir los libretos operísticos.
La dificultad de este compositor eran sus problemas financieros, que le obligaban a dedicarse a tareas como transcribir partituras o dirigir teatros provincianos, y los obstáculos para dar a conocer sus obras.
Las primeras fueron Las Hadas y La prohibición de amar, que mostraban su supeditación a modelos de Weber, Bellini y Meyerbeer, entre otros. Pero fue en 1843 cuando, con su obra El holandés errante, encuentra su voz personal y propia y, tiempo después, con sus obras Tannhäuser y Lohengrin, señaló su camino hacia el drama musical.
Mientras Wagner iba intentando destacar con sus obras, había un hombre que le seguía muy de cerca, Luis II de Baviera. Este rey nació el 25 de agosto de 1845 y tenía una gran admiración por las artes. Cuando aún era príncipe, el día en que cumplía 16 años, escuchó por primera vez la obra Lohengrin de Wagner y quedó sumamente maravillado. El futuro monarca tenía una imaginación que no tenía límites pero le faltaba esa actividad creadora, la cual quiso confiar a Wagner. Así que, cuando sube al trono con 18 años, lo primero que lleva a cabo es llamar a Wagner, que recibe el 6 de mayo de 1864, y le dice literalmente: «Sin que vos lo supierais, erais la cuenta de todas mis alegrías. Vos habéis sido mi mejor maestro, mi educador y un amigo que, como ningún otro, ha sabido hablar a mi corazón. Haré cuanto esté en mi mano para haceros olvidar vuestros sufrimientos, disiparé todas vuestras preocupaciones, os proporcionaré el reposo a que aspiráis a fin de que despleguéis sin traba alguna vuestro genio maravilloso. Ahora que visto la púrpura, emplearé mi poder en endulzar vuestra vida».
Ambos se trasladan al castillo de Berg, donde el monarca le proporciona una villa cercana al castillo, le dona una casa en Munich, le paga las deudas, pone a su disposición el teatro, la orquesta y todo lo que necesite, etc. Y ambos se ven todos los días. Wagner por fin era feliz, según lo muestran sus palabras: «Lo increíble se ha vuelto realidad. El cielo me ha enviado a este Rey, que es mi felicidad y mi patria... ¡Tan bello es, tan magnífico, y está tan lleno de Alma, que temo que su vida se desvanezca en este mundo grosero como un fugitivo ensueño de los dioses! Me ama con el íntimo fervor y la fuerza del primer amor. Me conocía y sabe todo lo que se relaciona conmigo, y me comprende como mi propia alma puede comprenderme. Quiere que permanezca a su lado, que trabaje, que descanse. Me dará cuanto necesite para la representación de mis obras. Soy su dueño absoluto. Ya no volveré a ser director de orquesta».
El 10 de junio de 1865, Wagner estrena Tristán e Isolda y Luis II de Baviera queda más emocionado aún y se entrega a él más todavía. Mientras el compositor trabajaba en Parsifal, el rey se reunía con el arquitecto Semper para intentar crear una ciudad aparte, en la que se rindiera culto al arte y a la belleza. Así se construyó el Festspielhaus de Bayreuth, que era un teatro destinado exclusivamente a representar sus dramas musicales.
Pero debido al pasado revolucionario de Wagner y su enorme influencia sobre el monarca, enseguida surgieron intrigas palaciegas contra él. De ese modo, el rey tuvo que someterse a la voluntad de su pueblo y, acompañándolo hasta las fronteras de sus dominios, le prometió seguir sufragándole los gastos. Luis II de Baviera estuvo a punto de abdicar para poder juntarse con su amado Wagner, pero no lo hizo porque había sido educado para ser rey.Wagner posteriormente se casa con Cosima y las relaciones entre el rey y él se iban haciendo cada vez más sensibles y complicadas. Al final, Wagner muere el 13 de febrero de 1883 en Venecia y, cuando el monarca se entera, este cae en una tremenda depresión que hace que viva en una absoluta soledad y que su familia lo encierre en el castillo de Berg para que lo sometan a un tratamiento para su enfermedad mental. Tres días después de su internamiento, el 13 de junio, el rey pidió pasear con su psiquiatra, llamado Gudden, y tiempo después, al ver que ninguno de los dos regresaban, fueron en su busca. Finalmente los encontraron ahogados en el lago Starnberg, el cual se situaba en los alrededores del castillo. Su muerte es aún un misterio ya que hay dos teorías: el posible asesinato del psiquiatra por parte del monarca y su propio suicidio o un asesinato por parte de los poderes de Baviera o de Alemania.